lunes, 21 de enero de 2008

La Imagen del autorretrato de Leonardo

LEONARDO DA VINCI ONLUS
Ernesto Bernardini
I
La imagen del autorretrato de Leonardo, que se encuentra en la
Galería de Uffici en Florencia, con su larga cabellera y abundante
barba da indicios de afable austeridad, la cual unida a la expresión
benévola de la mirada y a la armonía de las líneas del rostro, hacen
inmediatamente comprender que nos encontramos ante un hombre
dotado de pasión e ingenio.
De verdad podemos decir que su rostro revela su alma, afectuosa y
sensible, dentro de la cual no tenían espacio las pasiones indignas, y
un carácter que desprecia las bajezas.
Bello como persona, de modos galantes, de dulcísimo índole, de
corazón exquisitamente gentil, como debe ser el corazón de quien
recibió de la Naturaleza la llama sagrada del genio creativo, dotado
de una amplia frente de pensador, de ojos profundos de hombre
investigador de los más recónditos misterios de la ciencia, y de una
sonrisa que demuestra la infinita bondad del alma, así fue el
maravilloso Leonardo, que Vinci, cerca de Empoli en la Toscana
italiana, tiene el derecho de estar orgulloso de haberlo visto nacer.
Realmente, es muy difícil poder encontrar entre los antiguos y los
modernos alguien capaz de inmortalizar su nombre como para poder
paragonarse con Leonardo.
Celebrado escritor de un Tratado de la Pintura, redactado con pureza,
poeta pleno de nobleza y gracia, físico, astrónomo, mecánico,
arquitecto e ingeniero civil y militar, de tanto talento que aun hoy a
tantos años de su muerte, se recuerda su nombre y su extraordinaria
producción con admiración espontánea y sincera haciendo ineficaz la
acción destructiva del Tiempo.
Pertenece Leonardo a una época afortunada; a una época que a los
hombres de talento, de amplio intelecto y de tenaces propósitos,
habría grandes horizontes, es la época del Renacimiento de las Bellas
Artes, que inician el regreso a su antiguo esplendor.
En esa época lo bello era mas sentido que explicado, la verdad mas
intuida que enseñada, el arte florecía pero sin reglas fijas, y si le
faltaba estabilidad era porque se impulsaba de fuerzas individuales
que sostenida por leyes y normas, se destacaba por fuerzas
expansivas, y el pensamiento no condicionado de las reglas, si era
fuerte, no tenía limites; Si era débil, no se desarrollaba, porque en
esa época no se pensaba aun la posibilidad de con el estudio y el
trabajo transformar un artesano mediocre en un artista.
Estas condiciones hacían si, que si de una parte non cultivaba las
artes si no quien era realmente dotado de inspiración, de otra parte,
la genialidad del artista entendía el campo del arte en un sentido más
amplio, comprendiendo y abarcando diversas ramas, que el sentido
de lo bello y de lo majestuoso, vivamente intuidos, no permitían a la
mente concebirlos separados.
Es así, que los grandes artistas del Renacimiento, se destacaron en
muchas artes al mismo tiempo, destacándose algunos en aquellas
que con mas amor profesase.
Miguel Ángel Buonarroti y Leonardo da Vinci, son los representantes
mas destacados de la época, aunque otros también lograron
justificada fama.
Nadie se maravillaba si, quien era pintor o escultor, fuese también
arquitecto, o músico o poeta, o sin quien era arquitecto se destacara
en ingeniería militar, cuando se le presentaba la ocasión; sobre todo
porque en esa época de tantas guerras, ninguno podía permanecer
ajeno al desarrollo y diseños de armas. En los diseños dejados por
Leonardo, encontramos todo tipo de fortificaciones, y son estos los
que lo muestran superior a todos los demás. Los bastiones
construidos en Verona por Sanmicheli, posteriormente a la muerte de
Leonardo, son similares a los diseñados por da Vinci, a quien
debemos considerarlo como el verdadero inventor.
II
Leonardo nació en la ciudad de Vinci, cerca de Florencia, el 15
de abril de 1452.
El Prof. Alessandro Vezzosi, fundador y director del Museo Ideale de
la ciudad de Vinci en Italia, sostiene, que en 1452, el mismo año del
nacimiento de Leonardo Da Vinci, se había sancionado una ley en
Florencia que le daba a los amos mayores derechos sobre sus
esclavos.
El Prof. Vezzosi y sus compañeros de investigación en el Museo Ideale
de Vinci, encontraron pruebas sustanciales de que el padre del genial
Da Vinci, un notario de nombre Pietro da Vinci, tenía una esclava
llamada Caterina, que estaba casada con uno de sus empleados, un
hombre llamado Antonio di Piero del Vacca.
Según los documentos, el matrimonio tuvo lugar pocos meses
después de que diera a luz a un chico llamado Leonardo.
A los 60 años, cuando su marido murió, Caterina se mudó a Milán
donde vivía Leonardo. Ambos desarrollaron una relación distante y
Leonardo se mantuvo en contacto con su madre a través de una serie
de cartas. Estas cartas contienen pistas crípticas sobre el papel de
Caterina en la vida del pintor.
En un documento publicado para apoyar la nueva evidencia, Vezzosi
opina que la herencia recibida de Caterina fue una influencia
importantísima en la obra de Leonardo como artista, matemático y
filósofo. "Hay algunas evidencias de que, en los últimos años, Da
Vinci cada vez se interesó más en Oriente Medio".
Aun pequeño Leonardo vive en casa de su padre, como se lee en el
Catastro de Florencia en el año 1469, en el cual se mencionan todos
los que componen la familia Vinci, ese año, “ Ser Piero da Vinci de 40
años, Francesca Lanfredini, su esposa de 20 años, y por ultimo
“Leonardo, hijo del mencionado Ser Piero, no legitimo, de 17 años”
Leonardo parecía nacido para gozar de la simpatía de quienes lo
rodeaban; su aspecto suave, agradable, de gran belleza física, pero
dotado además de una gran inteligencia, que maravilló rápidamente
no solo a su familia sino también a los maestros a quienes fue
enviado para aprender.
Su padre pese a ser un hijo ilegitimo, siempre trato a Leonardo con
especial dedicación como lo demuestra el haber vivido en su casa
durante los tres matrimonios de su padre, con Giovanna Amadori, la
mencionada Francisca y Lucrecia Cortigiani.
III
En sus primeros años Leonardo, poseedor de robustez física poco
corriente, agilidad, talento, perspicaz e hiperactivo, inicia todo tipo de
estudios con ardor, como la aritmética, ciencia que en esa época no
estaba al alcance de todos, la música, y la poesía, no solo
componiendo versos sino también cantándolos.
Pero entre sus estudios, aquellos en que demostró una mas constante
inclinación y una mayor asiduidad, fueron el dibujo y las artes que de
los mismos resultan.
Merced a los esfuerzos de Cimabue y Masaccio, comenzaba en ese
entonces a resurgir en Italia y especialmente en Toscana el arte de la
Pintura; y los mejores exponentes que se ocupaban regresaban a las
bellas formas de los trabajos griegos y de la Naturaleza, en busca de
la riqueza y la gloria.
Ser Piero, en parte por satisfacer los deseos del hijo, como para
impulsarlo en un arte noble y lucrativa, llevo algunos dibujos de
Leonardo a Andrea del Verrocchio, pintor y escultor de fama, para
conocer su opinión.
Verrocchio, apenas tuvo delante si los dibujos, comprendió que
estaban realizados por un talento difícil de encontrar, y le solicito que
lo inscribiera en su Escuela, garantizándole que lo haría famoso.
Según cuenta Vasari, primer biógrafo de Leonardo, cuando Verrocchio
le encargo a su joven discípulo la realización de un ángel en una
tabla, una vez realizado “ Aunque muy joven, realizo el ángel de
manera tan superior a las figuras realizadas por el maestro, que
desde ese momento al ver que un joven alumno era capaz de pintar
mejor que él, Verrocchio nunca mas volvió a pintar”.
De su primera juventud poco se sabe, aunque es seguro que
Leonardo se ocupaba de dibujos y pinturas.
Su juventud y su vivacidad, lo llevo a pensamientos extravagantes,
como el crear con extrañas mezclas, pésimos olores, y esparcirla en
las habitaciones para molestar a los ocupantes, invenciones para
mover tablas de las camas para asustar a quien dormía.
Menos inútil fue su capricho de copiar de la realidad fisonomías que
observaba, para componer sus famosas caricaturas.
Estudiaba además no solo lo bello y lo deforme, procuraba captar en
imágenes, las ideas, los afectos, el alma y la esencia, para ello
invitaba a campesinos a su mesa, para hacerlos reír con sus
historias, observar sus rostros y memorizar sus gestos, en otra
ocasión acompaño un condenado al patíbulo, para ver la
desesperación final en su rostro.
Meditaba además sobre todo lo que lo rodeaba, dejó dibujos de
puentes, grúas, relojes, herramientas y utensilios de labranza,
molinos y cientos de creaciones.
Dos de sus proyectos primeros son dignos de recordar.
El primero es el de alzar la Basílica de San Lorenzo, sin resentir el
edificio; el segundo es la canalización del río Arno desde Florencia
hasta Pisa.
Trabajo de joven también en la escultura y en modelos, realizando
cabezas de mujeres y de Ángeles, en las cuales se notaba ya la
mano de un Maestro.
IV
En el Milán de la época, encuentra Leonardo grandes pintores de la
Escuela Lombarda, Borgognone, que pinto una Virgen en
Sant’Eustorgio, Zenale que para San Simpliciano realizo La
Anunciada, Montorfano que pinto la Crucifixión de las Gracias.
La fama de Leonardo llega a su apogeo con su permanencia en Milán,
donde realiza sus más significativas obras, y donde posee discípulos,
amigos, admiradores y protectores a raudales.
Tenido en gran estima por Ludovico el Moro, no se realizaba fiesta
publica o representación ordenada del Príncipe, cuyo director no
fuese Leonardo.
Los primeros trabajos que realiza Leonardo para el Moro, son sin
duda los retratos de sus dos bellas amantes, Cecilia Gallerani y
Lucrecia Crivelli.
Uno de los mas claro argumentos de la estima de Ludovico el Moro
hacia Leonardo, no solo como gran Ingeniero, escultor y pintor
inigualable, sino como hombre versado en todo tipo de ciencias y
artes, es la Academia que Vinci establece en Milán, que si lleva su
nombre sin duda su director.
Para uso de su Academia, y para razonar con sus colegas y además
para instrucción de sus alumnos, escribe su Tratado de la Pintura.
Sabemos que en el 1483 Leonardo está en Milano, tratando de
realizar en arcilla la colosal estatua ecuestre de Francisco Sforza, y en
el periodo 1483 al 1486, esta empeñado en la dirección de fiestas de
Caballería y de Bodas.
Pero Leonardo también se dedica a escribir en sus cuadernos de
notas que por fortuna la mayoría llegaron hasta nuestros días, sobre
pintura, mecánica, geometría.
En el 1489, organiza la fiesta de la boda del Duque Gian Galeazzo con
Isabel de Aragón, en la cual representa El Paraíso, con el movimiento
de los planetas y una compleja escenografía creada especialmente
por Leonardo.
En esta escenografía mecánica estaban ocultos cantantes, que a
medida que un pequeño planeta se acercaba a los novios, salían del
mecanismo y cantaban los versos escritos para la ocasión por el
poeta de Florencia Bellincioni.
Proyecta Leonardo traer el agua del río Ticino, para regadío de los
campos, estudia como convertir en navegable el canal que une Trezzo
con Milán y navegable también dentro la ciudad misma.
Realiza los decorados de las habitaciones del Castillo de Ludovico,
transcribiendo en sus cuadernos, los dibujos, colores, su precio y el
costo de la mano de obra de los artesanos bajo su dirección.
Para Beatriz, la esposa del Moro diseño un pequeño edificio en forma
de Pabellón, en el Jardín del Castillo.
Diseño además la grifería para el agua para los Baños, de agua
caliente, agua fría, indicando además en los escritos la proporción de
agua hirviendo con el agua fría, para lograr la temperatura ideal para
el Baño.
Aprovechando la cercanía de la Universidad de Pavia, Leonardo
estudió Anatomía con el Prof. Marco Antonio Della Torre, aprendiendo
con exactitud la estructura humana, músculos y huesos.
Los estudios Anatómicos los dibujó con lápiz rojo, aprovechando los
conocimientos que recibía de las disecciones que realizaba junto al
Prof. Della Torre, y que significaron el primer verdadero estudio de la
anatomía humana.
No conforme con estudiar la humana, Leonardo se abocó a estudiar la
anatomía del caballo.
Los caballos hasta entonces se dibujaban teniendo poco que ver con
el original, cortos de cuerpos, redondos de porte, parecían mas obras
de tapices que copias del natural.
Leonardo comprendió las grandes dificultades que significa la pintura
de caballos, y decidió estudiar las estructura.
En el 1495, el Duque le solicita que pinte su propio retrato el de la
Duquesa Beatriz y de sus hijos, Leonardo acepta de mala voluntad el
mandato sabiendo que el óleo no se conserva en pinturas hechas en
muros o piedras.
Para el pequeño Massimiliano hijo de Ludovico, realizo el Código
Trivulziano, con enseñanzas de latín, y dibujos del joven príncipe, ya
Conde de Pavia.
Para llegada del Emperador a Pavia, Ludovico le envió como regalo un
óleo pintado por Leonardo representando la Virgen Maria, que fue
conservado en el Dormitorio Imperial de Viena.
V
Leonardo en Milano, inicia una de sus más grandes obras, aquella que
es el compendio de todos sus estudios, La Ultima Cena, que pinta en
las paredes del Convento de las Gracias.
El 26 de abril de 1499, Ludovico el Moro como compensación de los
trabajos realizados dona a Leonardo un viñedo en Milán cerca de la
Puerta Vercellina.
Leonardo cada vez que deseaba pintar alguna figura, consideraba
primero su calidad y su naturaleza, si era noble o plebeya, joven o
madura, con bondad o con malicia. Una vez conocida la manera de
ser, buscaba personas con similares características, las observaba
con atención, en cuanto a sus maneras, gestos y hábitos, y una vez
que algo le llamaba la atención, lo dibujaba en libretas que siempre
llevaba en la cintura.
Una vez en su poder toda la información que consideraba necesaria,
realizaba la obra final que siempre resultaba maravillosa.
Algunos consejos de Leonardo a los pintores:
COMO HACER QUE UN ANIMAL IMAGINARIO PAREZCA NATURAL.
“Usted sabe que no puede haber un animal sin que este tenga costillas
que se parezcan de alguna manera a las de los demás animales. Por
tanto si usted quiere que uno de sus animales imaginarios parezca
natural -supongamos un dragón- tome para su cabeza aquella de un
mastín o de un setter, para sus ojos los de un gato, para sus orejas las
de un puercoespín, para su nariz aquella de un gran danés, con las
cejas de un león, la cresta de un gallo y el cuello de un cisne.”
“DE LA SELECCIÓN DE CARAS BELLAS
Yo pienso que no es poca gracia en un pintor el ser capaz de dar un
aire agradable a sus figuras, y quienquiera que no posea esa gracia
puede adquirirla por estudio, ya que la oportunidad se ofrece, de la
siguiente forma. Póngase alert a respecto de las mejores partes de las
más bellas caras de las que la belleza esta establecida por su
reputación general en vez de por sus propios juicios, puesto que usted
puede prontamente decepcionarse al seleccionar aquellas caras que se
parecen a la suya, puesto que frecuentemente parece que tales
similitudes nos complacen...”
UNA FORMA DE ESTIMULAR E INCITAR A LA MENTE A VARIAS
INVENCIONES.
“No me refrenaré de establecer entre estos preceptos un nuevo artificio
a considerar que, aunque puede parecer trivial y casi ridículo, es sin
embargo de gran utilidad para incitar a la mente a variadas
invenciones. Y esto es que si usted mira a cualquier muralla teñida con
diversas manchas o con una combinación de distintos tipos de piedras,
si esta por inventar alguna escena usted será capaz de ver en ella una
semejanza con varios tipos de paisajes adornados de montañas, ríos,
rocas, árboles, planicies y valles, y diversos grupos de cerros. Usted
también podrá ver diversos combates y figuras en rápido movimiento, y
extrañas expresiones en las caras, y raras costumbres, y un número
infinito de cosas que entonces pueden ser reducidas en formas
separadas y bien concebidas. Con tales muros y mezclas de diferentes
piedras ocurre como lo que pasa con los sonidos de las campanas, en
cuyos estrépitos uno puede descubrir cada nombre y cada palabra que
usted puede imaginar.”
“De manera tal que por mis dibujos cada parte será conocida por usted,
y todo por medio de demostraciones de TRES diferentes puntos de vista
de cada parte... tal que usted quedará verdaderamente con un
conocimiento completo de todo lo que quiere aprender...”
Su forma de trabajar le representaba también inconvenientes, en la
Ultima Cena, Leonardo había finalizado la imagen de Cristo y de los
once Apóstoles, habiendo dejado la imagen de Judas realizada
completa faltándole solo la cabeza.
La demora en terminar la obra provocó la protesta de los monjes, que
se dirigieron al Duque a expresar su malestar, debiendo el Duque
convocar a Leonardo para que justificase tanta lentitud.
Molesto por la actitud de los monjes, Leonardo, le respondió: “ Que
saben estos frailes de pintar?. No he concluido la cabeza de Judas,
que es el gran traidor que bien sabéis; debe ser pintado con un rostro
que refleje tan ruin actitud. Hasta ahora no he encontrado un rostro
que personifique la imagen de ese malvado. Solo que si realmente
tenéis verdaderamente prisa, puedo utilizar el rostro del Padre Pior
que me denunció, que se ajusta maravillosamente al rostro que falta.
Esta obra durante siglos recibió el unánime reconocimiento, por la
composición del conjunto, por la exactitud de sus dibujos, por sus
colores, por las expresiones de sus personajes representados.
Pero también durante siglos La Ultima Cena sufrió devastaciones, en
los primeros años del siglo XVII, el padre Gattico que narra la historia
del Convento, cuenta que la obra había recibido alteraciones, ya que
fue retocada por pintores sucesivos para disimular los daños del paso
del tiempo, siendo el peor sacrilegio, el realizado en el año 1652 por
los dominicanos que para agrandar la puerta del Refectorio, cortaron
los pies de Cristo y de los Apóstoles mas cercanos.
Recién en el 1726, el pintor Belloti, con un método secreto hasta hoy,
logra limpiarlo y hacerlo revivir tocando con pinceladas solamente los
sitios donde se habían perdido los colores sin alterar los contornos
leonardianos.
El Moro al final de su gobierno, no disponía de los medios económicos
para continuar con las fabulosas obras proyectadas, aunque Ludovico
empeñado en armar la Italia con Francia, continua a mantener en su
castillo, conversaciones literarias, en las cuales participan los mas
celebres nombres de todas las artes y ciencias. En esas reuniones
donde Leonardo tiene oportunidad de demostrar sus conocimientos
de física y de mecánica aplicada, maravillando los ilustres tertulios.
El Ejercito de Francia ataca con ferocidad Milano, obligando al Moro a
huir, llevándose consigo todo el dinero y riquezas dejando vacías las
cajas del Estado.
Los franceses y mucho menos los milaneses se preocuparon por los
científicos y los artistas ni tan siquiera de los monumentos de arte.
Apenas llegados destruyeron las magnificas caballerías de Gian
Galeazzo Sanseverino diseñadas por Leonardo.
Aunque no quería abandonar Milán, donde había transcurrido los
mejores años de su vida, Leonardo junto con su inseparable amigo
Fra Paciolo decide partir hacia Florencia, huyendo de una ciudad con
continuos tumultos, venganzas y asesinatos.
VI
Regresa Leonardo a Florencia y en el año 1500, y en el siguiente
realiza el celebre cuadro de Santa Ana.
Realiza además Leonardo dos cuadros de dos bellas mujeres
florentinas, renombradas por su belleza, Lisa del Giocondo y Ginevra
de Amergio Benci.
Según Vasari, Lisa era la esposa de Francisco Giocondo, rico
comerciante florentino, y en realizar el cuadro empleó Leonardo
cuatro años, ya que deshacía durante la noche lo que realizaba de
día, para poder seguir conversando con tan bella mujer de la cual se
sentía tan atraído.
Leonardo retrata la Gioconda con su mano derecha apoyada sobre la
izquierda. Su fisonomía exterioriza la bondad y la dulzura, y sus
cabellos divididos en dos partes caen ligeramente en sus hombros.
Francisco I, gran admirador del genio de Leonardo, pago cuatro mil
escudos por el cuadro, suma importantísima para la época.
Con respecto a la enigmática sonrisa de la Gioconda, Vasari narra la
estratagema utilizada por Leonardo para aliviar a la modelo del
aburrimiento de las largas sesiones: “Usaba este arte: siendo Mona
Lisa bellísima, le solicitaba que mientras la retrataba, cantase, y
disponía de bufones que la mantenían alegre para alejar ese aire
melancólico que impregnan los retratos.
Napoleón la llamaba Madame Lisa y por cuatro años, desde el 1800
hasta el 1804, la tiene en su dormitorio en el Palacio de Las Tulerias,
la consideraba “La Esfinge de Occidente.
La Gioconda era ya en esa época el cuadro más copiado del mundo.
Con la exposición del cuadro en el Museo Louvre en 1804, La
Gioconda se trasforma en el retrato femenino por excelencia.
La Gioconda sigue en el Museo del Louvre de Paris hasta el 21 de
agosto de 1911. Ese día un carpintero italiano se llevó del Museo del
Louvre la obra de arte más famosa del mundo.
Durante dos años, el paradero de La Mona Lisa fue un misterio.
La verdadera historia del más importante robo de obra de arte alguna
en la historia de la humanidad, fue en realidad la consecuencia de
una estafa muy bien elaborada.
El estafador argentino Eduardo de Valfiemo llegó a Paris en 1910
con un único propósito: que La Gioconda desapareciera del Louvre
para poder venderle copias falsas a varios multimilionarios.
La policía francesa no tenía la menor pista. En su desesperación,
y para darle algún sospechoso a la opinión pública, arrestó al
poeta Guillaume Apollinaire y al artista Pablo Picasso. Ambos
tuvieron que ser liberados después de un interrogatorio. Picasso
había sido denunciado por Gary, secretario belga de Apollinaire que
había tenido tratos con Picasso porque poco tiempo antes había
comprado del belga dos estatuas robadas también del Louvre.
La mañana del martes 22 de agosto de 1911, cuando un visitante del
Museo del Louvre en París descubrió que La Gioconda, la obra
maestra de Leonardo da Vinci, había desaparecido. Al escándalo le
sucederían 2 años y 111 días de versiones, incredulidad y vergüenza:
durante todo ese tiempo, el paradero de la Mona lisa -símbolo del
mayor logro del arte universal- fue un absoluto misterio. Si un
ingrediente le faltaba a esta obra para alimentar su mito, era este
largo pasaje a la oscuridad.
Todo comienza el domingo 20 de agosto de 1911, cuando un
carpintero italiano llamado Vincenzo Peruggia ingresó al Museo del
Louvre pocos minutos antes de la hora de cierre para salir recién al
día siguiente... con la Mona Usa escondida entre sus ropas.
Peruggia, que había nacido en Dumenza, una localidad al norte de
Italia, en 1881, a principios del siglo XX se mudó a París con la
esperanza de lograr alguna ocupación. Hacia 1908 empezó a realizar
trabajos temporarios en el Louvre, entre ellos, el armado del armazón
vidriado con que el Museo decidió proteger a su pieza más preciada,
no tanto por la inverosímil eventualidad de un robo, como por la
posibilidad de que fuera víctima del vandalismo de un desquiciado.
Por aquellos días, la costumbre de maquillar con ácido o rasurar a
navaja algunas valiosas obras de arte se había convertido en un
ejercicio bastante popular. Gracias a ese trabajo, Peruggia conoció las
salidas y escondrijos más próximos al Salón Carré, donde la
pintura de la sonrisa melancólica había fijado residencia cinco
años atrás. Y no sólo eso, también se acostumbró a las rutinas
delos guardias, a los horarios, a la incomprensible soledad de las
galerías del Louvre. Una información que jamás pensó en utiliza hasta
que el Marqués de Valifierro, se cruzó en su camino.
Valfiemo había llegado a París en 1910, después de varias estafas
en el mercado del arte que consumó con éxito y sin escrúpulos en
algunos países de Sudamérica junto a su socio Yves Chaudron, un
virtuoso falsificador de obras maestras oriundo de Marsella.
Eduardo de Valfiemo nacido en la Argentina alrededor de 1850,
era el hijo de un rico terrateniente. Al poco tiempo de la muerte
de su padre se quedó sin fondos y, para mantener el estilo de vida
al que estaba acostumbrado, comenzó a vender todos los objetos de
arte y antigüedades que habían pertenecido a su familia. Pero no
tardó en dilapidar también aquel dinero, y aprovechando sus
modales refinados y sus contactos de primera clase, armó un
mercado de venta de obras de arte robadas o extraviadas que, en
realidad, eran copias perfectas realizadas por el talentoso
Chaudron.
Decidido a ejecutar el gran golpe, Valfiemo desembarcó en Francia
adosándose el título de marqués, y sin pérdida de tiempo comenzó a
dibujar la estrategia de su trabajo más ambicioso: el robo de la
Gioconda. La eficacia de Valifierro residía en su paciencia: primero le
encargó a su socio Chaudron que realizara seis copias irreprochables
de la pintura. Al eximio falsificador le llevó catorce meses concluir su
trabajo sobre maderas tan añejas como la del original (hay que
recordar que la Mona Lisa no está pintada sobre un lienzo, sino sobre
una tabla de álamo), utilizando pigmentos fieles al Renacimiento y
empleando sofisticadas técnicas de envejecimiento. Chaudron era un
talento en lo suyo. Mientras tanto, Valfiemo fue detectando a sus
presas, media docena de discretos millonarios dispuestos a hipotecar
su imperio con tal de tener a La Gioconda colgada en su pared, en
caso de que ésta "desapareciera".
Paradójicamente, el retrato genuino era lo que menos le interesaba
al estafador. Su plan era otro, simple y sin riesgos: sólo necesitaba
que la noticia del robo de la Mona Lisa recorriera el mundo para
vendérsela a sus potenciales compradores, entregándoles claro, una
falsificación impecable. Al marqués sólo le faltaba una pieza: un
hombre que conociera las rutinas del Louvre y fuera capaz de
cometer el robo, pero que a la vez fuese insignificante y sin
demasiadas preguntas. No tardó en encontrar a Vincenzo Peruggia, el
carpintero. Lo convenció sin dificultad con la promesa de una
abultada recompensa, pero sobre todo con argumentos patrióticos:
un rico coleccionista italiano -le inventó- deseaba tener a La Gioconda
en su tierra, de donde nunca tendría que haber partido. Vincenzo,
con la nostalgia de su país a cuestas y el orgullo nacional intacto,
aceptó el trato.
El domingo 20 de agosto, el carpintero entró al Louvre como un
visitante más. Cuando el público empezó a vaciar las salas a la
hora de cierre, se ocultó en un pequeño cuarto donde se guardaban
herramientas, próximo al Salón Carré. Al día siguiente, un lunes,
como ocurría entonces y también ahora en la mayoría de los museos
alrededor del mundo, las puertas permanecieron cerradas al público
para realizar tareas de limpieza y mantenimiento. Vincenzo, el
ladrón, esperó hasta que el guardia del Salón Carré dejó su puesto
para ir a fumar un cigarro. Eran alrededor de las 8 de la mañana
del 21 de agosto y él ya se había vestido con los amplios
guardapolvos que usaban los obreros del Louvre. Así salió de su
escondrijo, fue directamente a donde estaba su compatriota la Mona
Lisa y la arrancó de la pared. Corrió en silencio hasta unas
escaleras de servicio próximas; allí despojó a la pintura de su
escudo vidriado y de su marco aristocrático. Entonces ocultó la
pequeña madera de 77 x 53 centímetros bajo su guardapolvo, bajó
las escaleras, atravesó el patio interior del Louvre y llegó hasta
la salida como un trabajador más que culminaba su jornada.
Cuando el guardián del Salón Carré terminó su generoso cigarrillo
y regresé a su ronda, obviamente notó el espacio vacío entre la
Bocla mística de Correggio y la Alegoría de Alfonso Tiziano,
las dos pinturas que escoltaban a La Gioconda por aquellos días.
Una vez más, imaginó, se la habían llevado para una sesión de
fotos. Era una de las novedades de la época: hace poco el Louvre
había inaugurado un estudio fotográfico y la célebre dama de
Leonardo era una de sus modelos más preciadas. El guardia no
preguntó nada, no avisó nada. Pasaron las horas, pasó el día, y
paso por la puerta grande la obra de arte más famosa del mundo sin
que nadie lo advirtiera.
El martes 22 de agosto el Louvre se reabrió para el público.
Louis Béroud, -un artista parisino que se ganaba la vida pintando
reproducciones de obras famosas para los turistas-, fue uno de los
primeros en ingresar. Quería ocupar un buen lugar frente a La
Gioconda con su caballete y su manojo de pinceles y pinturas,
antes de que los visitantes se amontonaran sobre ella y le
hicieran imposible trabajar. Cuando alcanzó el Salón Carré, más
que sorprendido se mostró irritado. "¿Dónde está ella? ¡Dónde la
llevaron ahora!", le gritó al primer guardia que encontró a su
paso. Béroud también conocía algunas de las rutinas del Museo, y
estaba cansado de los paseos domésticos a los que sometían a la
pintura de Leonardo.
De acuerdo con la minuciosa reconstrucción hecha por el
investigador Seymour Reit, autor del libro El día que robaron la
Mona Lisa (1981), el guardia fue hasta la galería, y cuando vio el
espacio vacío dijo: " Seguramente se la llevaron otra vez arriba.
La deben estar fotografiando o reparándole el marco". Este guardia
tampoco avisó nada, tampoco preguntó nada. Béroud esperó a su
dama, pero a las 11 de la mañana, impaciente, increpé al guardia
nuevamente para que fuera a averiguar por qué demoraban tanto en
regresara La Gioconda a su sitio. El hombre accedió a desgano, pero
regresó a los pocos minutos con el rostro desencajado por el espanto:
"Tampoco está allí". Entonces sí, más de 24 horas después del robo
de la pintura, el guardia avisó. Llamó al capitán de seguridad del
Louvre, que inmediatamente informó al director del Museo, quien
sin aliento se comunicó con el prefecto de la Policía de París, y
éste por fin alertó a la Sureté, el Departamento Nacional de
Investigaciones Criminales de Francia. Para las primeras horas de
la tarde de aquel 22 de agosto de 1911, 60 inspectores y más de
cien gendarmes ya estaban en el Louvre controlando todos los
accesos, interrogando a los visitantes y turistas, revisando
centímetro a centímetro cada recoveco del Museo. Pero ya era
demasiado tarde para lágrimas. La Gioconda y su sonrisa habían
desaparecido.
La noticia, tal como había previsto De Valfiemo, se divulgó hasta
en las naciones más minúsculas, pero la indignación y el estupor
eran mayúsculos. Durante una semana, el Museo permaneció cerrado
y todos sus empleados fueron interrogados, aun aquellos que -como
el carpintero Peruggia habían realizado alguna tarea temporaria en
los últimos meses. Las autoridades no lograban sacar nada en
limpio. No tenían pistas, ni rastros, nada. La evidencia más
importante e insignificante que habían encontrado fue el marco del
cuadro, abandonado en un recodo de la escalera por la que se había
escabullido Vincenzo.
Las fronteras francesas habían sido cerradas inmediatamente. Se
revisó cada barco que partía, cada tren. Era imposible llevarse
del país cualquier cosa que se asemejara a una obra de arte. Las
hipótesis más descabelladas comenzaron a circular por toda
Francia: Fue quemada", Fue destruida", Fue cortada en astillas".
Algunos hablaban de una intriga con ribetes políticos provocada
por 1 propio gobierno, otros suponían que se pretendía demostrar
la fragilidad que rodeaba a los tesoros del Louvre, hasta hubo
quien divulgó la noticia de que durante una tarea de limpieza de
La Gioconda, ésta había sido seriamente dañada, y el Museo, para
encubrir su vergüenza, armó esta parodia de robo.
La policía de París culpó al Louvre por su inadecuada
seguridad, y desde el Museo los ridiculizaban por no encontrar ni a un
sospechoso. Para empeorar las cosas, los diferentes brazos que
participaban en la investigación se entorpecían unos a otros,
hasta que el Prefecto de la Policía de París, el inspector Louis
Lépine, se hizo cargo de todas las bifurcaciones que iba tomando
el caso. En sus declaraciones publicadas en la edición del 23 de
agosto de 1991 en The New York Times, el inspector Lépine esbozó
su propia teoría: 'Tos ladrones -me indino a pensar que fue más de
uno- escaparon con La Gioconda. Hasta ahora nada se sabe de sus
identidades o paradero. Estoy convencido de que el móvil no fue
político, pero puede que se trate de un, sabotaje, causado por el
descontento entre los empleados del Louvre. Es probable, por otro
lado, que el robo haya sido cometido por un loco. Una posibilidad
más seria es que La Gioconda haya sido robada por alguien que
planea sacar algún beneficio chantajeando al Gobierno Sea como
fuese, la gente estaba triste e indignada. Cuando el Louvre reabrió
sus puertas una semana después de la desaparición de la pintura,
miles de parisinos desfilaron por el Salón Carré como en una
procesión funeraria, dejando flores sobre la pared
deshabitada Desde la prensa, mientras tanto, los ánimos de
caldeaban: "¿Cuándo se van a llevar la Torre Eiffel?", Preguntaban
con ironía desde los titulares. Las autoridades, desesperadas, le
dieron a la opinión pública un sospechoso: el 7 de septiembre, 17
días después del robo, hicieron el primer y único arresto del
caso, nada menos que el del poeta Guillaume Apollinaire. Este era
amigo de Géry Piéret, un hombre que tiempo atrás había robado dos
estatuillas del Louvre. Apollinaire, a su vez, implicó a Pablo
Picasso, que también fue interrogado, negando toda participación,
Ambos fueron puestos en libertad a las pocas horas. Al robo de La
Gioconda, fatalmente irresuelto y estancado en un punto muerto, le
siguió el luto y la resignación.
¿ Dónde estaba la pintura? Pues a pocas cuadras del Louvre, en la
modesta habitación del hotel donde se hospedaba Vincenzo. En su
investigación, Seymour Reit explica por qué Eduardo de Valfiemo no
volvió a tomar contacto con el carpintero italiano. No necesitaba
tener a la verdadera Mona Lisa quemándole las manos para consumar
su estafa. Con máxima discreción, retornó el contacto con los seis
coleccionistas de arte interesados en el original --cinco
norteamericanos y un brasileño-, y a cada uno le vendió las copias
hechas por su socio Chaudron a precios exorbitantes. Estos
millonarios jamás fueron identificados cuando La Gioconda
reapareció más de dos años después, no pudieron denunciar la estafa
porque ellos mismos habían cometido el delito de adquirir una obra
de arte robada.
Vicenzo Peruggia siguió con su vida oscura, sin saber muy bien qué
hacer con esa obra maestra que había ocultado debajo del falso
fondo de un destartalado baúl. Hasta que en el otoño de 1913 leyó
en un diario italiano un anuncio que sacudió sus nervios de
gelatina. Un anticuario de Florencia, Alfredo Géry, estaba
dispuesto a comprar "a buen precio objetos de arte de cualquier
tipo". El 29 de noviembre, Géry recibió una carta fechada en París
de un tal Leonardo, a secas, diciéndole que tenía en su poder a la
Mona Lisa y que deseaba regresarla a Italia, su patria de
nacimiento. El anticuario, escéptico pero intrigado, le respondió
citándolo en su galería de Florencia para el 22 de diciembre.
Pero doce días antes de la cita, un hombrecito de bigotes llegó
hasta las oficinas de Géry en la Vía Borgognissanti. Se presentó
como Vincenzo Leonard, un patriota italiano que le confesó haber
traído a la Mona Lisa de regreso al Italia. Con mucha cortesía,
Vincenzo le pidió una recompensa de medio millón liras al
anticuario, y la garantía de que la Mona Lisa jamás regresaría al
Louvre. Géry pensó que se trataba de un estafador, pero su
curiosidad pudo más y arregló con aquel hombre que al día
siguiente iría a ver la pintura a su hotel acompañado de un
especialista. "Llamé a mi amigo Giovanne Poggi, director de la
Galería degli Uffizi -escribió Géry tiempo después- y juntos
fuimos a ver la pintura a la habitación de aquel extraño en el
Hotel Trípoli. Allí, el hombre abrió un baúl donde guardaba sus
miserables pertenencias. Del fondo sacó un objeto envuelto en una
tela roja, y ante nuestros ojos asombrados salió de ahí la divina
Gioconda, intacta y maravillosamente preservada".
Los hombres reconocieron el sello oficial del Louvre al dorso de
la pintura, y entonces Poggi le dijo a Vincenzo, que debían
examinarla los expertos de la Galería degli Uffizi para verificar
su autenticidad. El ingenuo carpintero estuvo de acuerdo en
esperar en su hotel mientras se realizaba el trámite. Conteniendo
su excitación, Géry y Poggi abandonaron el hotel con la Gioconda a
cuestas y a las pocas horas, después de un examen minucioso,
confirmaron su autenticidad. Para entonces, varios oficiales y
detectives de Florencia ya habían rodeado el Hotel Trípoli. Sin
resistencia, detuvieron a Vincenzo Peruggia. El misterio de la
Mona lisa -al menos uno de ellos- llegaba a su fin. La noticia
alborozada recorrió el mundo. La obra maestra de Leonardo da Vinci
visitó los principales museos de Italia durante dos meses antes de su
regreso definitivo a París, donde fue "repatriada" con los honores -y
las medidas de seguridad- dignas de un jefe de Estado. El domingo4
de enero de 1914, la Mona Lisa volvía a sonreír desde en el Salón
Carré del Museo del Louvre. En junio de ese año, en Florencia,
comenzó el juicio a Vincenzo Peruggia, que para entonces ya se había
transformado en una suerte de romántico héroe nacional. Los
italianos lo veneraban: aquel pobre carpintero había intentado
devolverle a Italia el máximo estandarte de su historia del arte. Era
un patriota, y ése fue el argumento que esgrimieron sus defensores
durante el juicio, que se convirtió en todo un espectáculo: Peruggia -
quien aseguró no haber tenido cómplices en su aventura solitaria
había actuado bajo un fuerte impacto emocional, hechizado por la
belleza de La Gioconda, y su único móvil fue rescatarla de mano de
los franceses para devolverla a su verdadera patria. Un psiquiatra lo
declaró "intelectualmente insano" y el jurado finalmente se apiadó de
él. Sentencia: un año y quince días de prisión. Salió de la cárcel a los
siete meses, cuando la Primera Guerra Mundial ya lo había
desplazado del interés público. No se supo mucho más de él hasta su
muerte, en 1947.
¿Qué fue del "Marqués" Eduardo de Valfiemo? Según la
investigación de Seymour Reit, el argentino pasó una existencia
sin sobresaltos hasta su muerte en los Estados Unidos, en 1931. Se
cree que su golpe maestro le aportó entre 30 y 60 millones de
dólares, lo que ciertamente le valió un ascenso en su rango: que
duda cabe que vivió como un "duque". Sin embargo, no soportaba la
idea de que el mundo desconociera que la verdadera trama detrás
del robo de La Gioconda había sido dibujada por él. Empalagado de
soberbia, le confesó aun amigo, el periodista norteamericano Karl
Decker, el origen real de su fortuna. Aportó datos, fechas,
descripciones y hasta el nombre de los seis millonarios a los que
había estafado, con la única condición de que la historia se
divulgara después de su muerte.
VII
En el 1503, Leonardo ya en Florencia, recibe de parte de Soderini, el
encargo de pintar en la Sala del Concejo, construida por Simón de
Cronaca en el Palacio Viejo, un acontecimiento de la historia
florentina, mientras que en la pared opuesta es Miguel Ángel el
designado de realizar una pintura.
Leonardo se decide por pintar la Batalla de Anghiari que tuvo lugar en
1440 en Toscana.
Miguel Ángel prefiere un episodio de la guerra de florentinos y Pisano
en las orillas del Río Arno.
Inicia el diseño en cartones, con tanta maestría que llega a Florencia
Rafael, ansioso de admirar la obra.
El cuadro no se realiza, porque Leonardo, insatisfecho de los
resultados obtenidos de su nueva manera de pintar al óleo en
paredes decide abandonar la idea.
Por otros motivos tampoco la obra de Miguel Ángel tampoco se
realiza.
Leonardo pudo haber viajado a Constantinopla y a otros países de
Oriente, donde vestido como musulmán llegó hasta Jerusalén. Este
interés por la cultura árabe, impulsado por el origen de su madre
justificaría su costumbre de escribir de derecha a izquierda.
En los escritos dejados por Leonardo, y de algunos de sus dibujos
pueden desprenderse indicios de su viaje a Turquía, Siria y Palestina.
En su estancia en Florencia, Leonardo se ocupa de escultura y de
fusión en bronce, para ello se vale de las enseñanzas del escultor
Francisco Rustici, realizando juntos las tres estatuas en bronce de la
puerta de la Basílica San Juan en Florencia.
En el año 1504 pierde su padre Ser Piero, el día 9 de julio, y
Leonardo deja constancia de su muerte en un escrito en uno de sus
manuscritos.
Instalado en la villa familiar en Fiesole, se dedica sin dejar ni un
momento todos sus empeños, a observar el vuelo de los pájaros,
como él mismo lo relata en sus escritos, donde describe los
movimientos de un ave de rapiña: “Cuando el pájaro tiene gran
extensión de alas y poca cola, y tenga voluntad de elevarse, agitará
fuerte las alas, y rotando recibirá el viento bajo las alas, él cual lo
elevará rápidamente...”
Es de imaginar a Leonardo sentado en su mesa, con un tratado de
Matemáticas en mano, o delante del caballete listo para pintar, o de
viajes por asuntos suyos o por encargo, pero siempre observando
todo lo que lo rodea, prestando mayor atención a algunos y dedicarse
a estudiarlo y analizarlo.
De la observación minuciosa de los vuelos de los pájaros, dibujadas
hasta en sus mínimos detalles, nace en Leonardo, la idea de hacer
volar al ser humano, y se dedica al diseño de complicados artefactos
para llevar a cabo su idea de ver volar un hombre.
VIII
En el 1506 viaja por primera vez a Francia, llegando hasta Paris y
Fontanebleu, el viaje lo realiza sin dejar de observar hasta los mas
mínimo detalles en el camino, como lo relata en el Código X:
“Monbracco a una milla de Monviso, tiene una cantera de piedra, la
cual es blanca como el mármol de Carrara, sin manchas, de mucha
dureza, y de la cual mi compadre escultor Maestro Benedetto, me
promete enviarme una tabla para pintarla”.
En 1507 los franceses conquistan Génova, el rey Ludovico XII,
seguramente convocó a Leonardo a quien tanto estimaba y le
encomendó organizar todas las fiestas para celebrar el evento,
además del encargo de crear los arcos de triunfo, los ornamentos de
las calles, de los edificios.
Muere su tío Francisco Vinci, Leonardo, que tiene derecho a dividir la
herencia con sus hermanastros, viaja a Florencia.
En el 1507 el 12 de Enero el Embajador de Florencia ante la corte de
Francia, en Blois, informa que el Rey Luis XII pretende los servicios
de Leonardo, según palabras del Embajador “nuestro querido y
bienamado pintor e ingeniero de confianza”. Leonardo continua con
sus frenéticos estudios y en el Código Arundel desarrollo diseños de
instrumentos musicales, diseña además un Mausoleo etrusco.
Regresa nuevamente a Milán, donde reside acompañado por sus
discípulos Francisco Menzo y Salai.
Inicia en este año una larga batalla judicial con sus hermanos por la
herencia de su padre.
Vive en Milán en la parroquia de San Babila en la Puerta Oriental, Al
servicio de su nuevo protector Charles D’Amboise,
diseña el fantástico Jardín de las Maravillas, destinado al Palacio de
D’Amboise
Leonardo realizó una cera pequeña que representa a D’Amboise
seguramente con la intención de usarla como modelo para una
escultura de su protector, según relata Carlo Pedretti:
“Charles d’Amboise era muy aficionado a los torneos de caballería, y
esta estatua ecuestre lo representa en la vestimenta típica más
apropiada a un estadista que a un líder militar. La vivacidad de la
expresión y la dignidad de la posición es intensificada aun más por la
nobleza del manto ondulante unido al espíritu agresivo del caballo, y
es precisamente esa magnificencia la que se espera de Leonardo,
cuyos estudios sobre caballos de la primera década del siglo XVI
ofrecen precisas ocasiones para comparaciones con este modelo.
Es sabido que Leonardo usaba modelos de cera para estudiar la
composición de sus trabajos, incluso para sus pinturas. Recordemos,
que Leonardo estudió
siendo joven con el escultor
Andrea del Verrocchio en
Florencia. Pero la mayor
evidencia para atribuir esta
obra a Leonardo llega del
mismo Leonardo. En un folio
escrito de estudio sobre
caballos que se encuentra
en Windsor, mostrando
figuras de jinetes en acción
para la composición de la
“Batalla de Anghiari” con
una nota de su propia mano
“Fanne uno piccolo di cera
lungo un ditto” “hice uno
pequeño de cera alto un
dedo”. Y uno de los caballos
dibujados en es folio tiene
la misma posición de la escultura de D’Amboise.
Considerando que Leonardo diseño una Villa suburbana para Charles
D’Amboise, es razonable pensar que se interesase con la idea de una
estatua ecuestre de su protector”.
IX
En 1513 como figura en sus escritos “Partidos de Milán para Roma el
24 de septiembre con Francisco de Melzi, Salai, Lorenzo y el Fanfoia”
En diciembre, dispone de un estudio. Leonardo esta bajo la
protección de Giuliano de Medici, aunque las obras más importantes
se le encargan a Miguel Ángel y a Rafael. Realiza un magnifico cuadro
representando la Sagrada Familia, la Virgen, el Niño, San José, y San
Juan, y detrás de estas figuras una mujer joven de pie de noble
aspecto.
De esta obra son tres motivos que llaman la atención, el primero es
que su calidad superaba en belleza, todas las obras realizadas hasta
entonces por Leonardo, destacándose un estilo adquirido de haber
estudiado a Rafael, su amigo, y que ya poseía un gran prestigio en la
corte romana, La otra característica es la firma que no existía en
ninguno de los cuadros anteriores, dispuesta como un monograma
formado de las letras L.D.V., seguramente Leonardo al contemplar la
extraordinaria belleza de la obra, no quiso que se perdiera su
atribución.
La tercera consideración importante de esta obra se refiere a la
dama, a la cual seguramente estaba destinado el cuadro, es verosímil
que deba representar la cuñada de León X, la esposa del Duque
Giuliano.
Es por ello presumible que Leonardo haya hecho el retrato de esa
dama, en aquella bellísima obra a ella destinada.
Es de este periodo un dibujo alegórico que algunos interpretan como
representación de la política francesa referida al Ducado de Milán:
una nave cuya vela es una planta completa con ramas y hojas,
guiada por un perro en un río impetuoso. Un águila sobrevuela el
globo terráqueo y un rayo indica al águila la ruta.
En el año 1514 Leonardo dibuja la Arianna del Belvedere. Realiza
dibujos del Diluvio, al año siguiente deja Roma, Francisco I,
reconquista Lombardía en la Batalla de Marignano, y recibe a
Leonardo con todos los honores. En Pavia realiza para la coronación
de Francisco I, un león autónomo, que hace caminar por la sala,
detenerse delante del Rey, el pecho del león se abre y surgen flores
de lirio de su interior.
Con Francisco I viajó Leonardo a Bologna cuando el Papa para lograr
la paz en Italia y en la Iglesia, propone un encuentro con el Rey,
firmando el 8 de diciembre un acuerdo entre Italia y Francia.
X
En 1516 Leonardo acepta la invitación del Rey de Francia, deja la
Italia, y parte hacia Italia, instalándose en el Castillo de Cloux en
Amboise, puesto a su disposición, donde puede dedicarse a sus
estudios y proyectos, sin tener que respetar términos contractuales y
adecuarse a obligaciones precisas.
Leonardo lleva consigo desde Italia, tres obras, La Gioconda, Santa
Ana con la Virgen, y El Niño Jesús con San Juan.
Leonardo comienza a sufrir parálisis en su mano derecha dejando de
esa época el autorretrato.
El 2 de Mayo de 1519 en el Castillo de Cloux, muere Leonardo da
Vinci.
Testamento de Leonardo de Vinci
Sea manifiesto a todas y cada una de las personas presentes y por
venir que en la corte de nuestro Rey y Señor, en Amboise, ante
nosotros personalmente constituido, meser Leonardo de Vinci, pintor
del rey, residente en la actualidad en el dicho lugar de Cloux, cerca
de Amboise, el cual, considerando la certeza de la muerte y la
incertidumbre de su hora, ha conocido y confesado en la dicha corte
ante nosotros, en la cual se ha sometido y se somete a propósito de
lo que habrá hecho por el tenor del presente, su testamento, y
manda de su última voluntad, tal como sigue:
Primeramente, recomienda su alma a nuestro soberano dueño y
señor Dios, y a la gloriosa Virgen María, a monseñor San Miguel y a
todos los bienaventurados ángeles, santos y santas del paraíso.
Ítem: el dicho testador quiere ser enterrado en la iglesia de San
Florentino de Amboise y que su cuerpo sea llevado allí por los
capellanes de la misma.
Ítem: que su cuerpo sea acompañado desde el dicho lugar hasta la
dicha iglesia de San Florentino por el colegio de la dicha iglesia y
también por el rector y el pintor, o por los vicarios y capellanes de la
iglesia de San Dionisio de Amboise, así también corno por los
hermanos menores de dicho lugar.
Y, antes de que su cuerpo sea llevado a la dicha iglesia, el testador
quiere que sean celebradas en la dicha iglesia de San Florentino tres
grandes misas con diácono y subdiácono; y en el día se dirán todavía
treinta misas gregorianas.
Ítem: en la iglesia de San Dionisio será celebrado el mismo servicio y
también en la iglesia de los dichos hermanos y religiosos menores.
Ítem: el mencionado testador da y concede a meser Francisco de
Melzi, gentilhombre de Milán, en agradecimiento de servicios que le
prestó en el pasado, todos y cada uno de los libros que el dicho
testador posee ahora y otros instrumentos y dibujos concernientes a
su arte y a su profesión de pintor.
Ítem: el testador da y concede para siempre y a perpetuidad a
Bautista de Villanis, su sirviente, la mitad del jardín que posee fuera
de los muros de Milán, y la otra mitad de ese jardín a Salay, su
sirviente, en cuyo jardín el mencionado Salay ha construido y echo
construir una casa, la que está y quedará igualmente a perpetuidad
propiedad del dicho Salay, o de sus herederos y sucesores, y esto en
recompensa de los buenos y agradables servicios que los dichos
Villanis y Salay, sus dichos servidores, le hicieron antes de este día.
Ítem: el mismo testador le da a Mathurina, su sirvienta, un vestido
de buen paño negro adornado de piel, un manto de paño y diez
ducados pagados por una vez solamente, y esto, igualmente, en
recompensa de los buenos servicios de la dicha Mathurina hasta este
día.
Ítem: quiere él que en sus funerales haya sesenta antorchas que
serán llevadas por sesenta pobres que serán pagados a discreción del
mencionado Melzi, cuyas antorchas se repartirán entre las cuarto
iglesias susodichas.
Ítem: el dicho testador da a cada una de las dichas iglesias diez libras
de cera en gruesos cirios que serán mandados a dichas iglesias para
servir el día en que se celebrarán los mencionados servicios.
Ítem: que sea hecha limosna a los pobres del asilo y a los pobres de
San Lázaro de Amboise, y para ello que sea dado y pagado a los
tesoreros de cada cofradía la suma de setenta sueldos.
Ítem: el testador da y concede al dicho Francisco de Melzi, presente y
aceptante, el resto de su pensión y la suma de dinero que le es
debida en el presente y hasta el día de su muerte por el tesorero
general, Juan Sapin, y todas y cada una de las sumas de dinero que
ya ha recibido del dicho Juan Sapin, sobre la dicha pensión, y en caso
de que fallezca antes del dicho Melzi y no de otra manera, los cuales
dineros se hallan en posesión del dicho testador en el dicho lugar de
Cloux, como se ha mencionado.
Y del mismo modo da y confiere al dicho Melzi todos y cada uno de
sus vestidos que en el presente posee en el mencionado lugar de
Cloux, tanto por reconocimiento de los buenos y agradables servicios
que le ha tributado hasta este día, como por los salarios, ocupaciones
y molestias que pueda causarle la ejecución de este testamento, bien
que todo sea a cargo del dicho testador.
Quiere y ordena que la suma de cuatrocientos escudos " al sol " que
puso en depósito en manos del camarlengo de Santa María de Nove,
en la villa de Florencia, sean dados a sus hermanos carnales
residentes en Florencia, con el provecho y emolumento que por ellos
se puedan deber hasta el presente por el dicho camarlengo al dicho
testador, por causa de los dichos cuatrocientos escudos desde el día
en que fueron consignados por el dicho testador al dicho camarlengo.
Ítem: quiere y ordena el dicho testador que el susodicho meser
Francisco de Melzi esté y permanezca único en todo y para toda,
ejecutor del presente testamento, y que el dicho testamento, tenga
su entero y pleno efecto y, como se ha dicho, debe tener, retener,
guardar y observar. El dicho meser Leonardo de Vinci, testador
constituido, ha obligado y obliga por el presente a sus herederos y
sucesores con todos sus bienes muebles e inmuebles presentes y por
venir, y ha renunciado y renuncia, expresamente, a todas y cada una
de las cosas a esto contrarias.
Dado en el dicho lugar de Cloux en presencia de M. Esprit Fleuri
vicario de la iglesia de San Dionisio de Amboise, M. Guillermo
Croysant, cura y capellán, M. Cipriano Fulchin, fray Francisco de
Corton y Francisco de Milán, religioso del convento de hermanos
menores de Amboise, testigos a esto solicitados y llamados a
presentarse para el juicio de la dicha corte. En presencia del
susodicho Francisco de Melzi, aceptante y comerciante, el cual ha
prometido por la fe y juramento de su cuerpo, dados por él
corporalmente, entre nuestras manos, de no hacer jamás, venir,
decir c ir en nada contrario a esto.
Y sellado a su requisición con el sello real establecido para los
contratos legales de Amboise, y ello, en signo de verdad.
Dado al 23 día de abril de 1518 (antes de Pascua) 1519.
Y en el mismo 23 del mes de abril de 1518, en presencia de A1.
Guillermo Borcau, notario real, en la corte de la alcaldía de Amboise,
el susodicho M. Leonardo de Vinci ha dado y concedido por su
testamento y expresión de última voluntad, como más abajo se dice,
al dicho Bautista de Villanis, presente y aceptante, el derecho de
agua que el rey, de buena memoria, Luis XII, último difunto, dio
antaño al dicho de Vinci, sobre el curso del canal de San Cristóbal, en
el ducado de Milán, para gozar de ello el dicho Villanis, pero de tal
manera y forma como el dicho señor le ha hecho don de él en
presencia de Al. Francisco Melzi y la mía.
Y en el mismo día del dicho mes de abril, en el dicho año de 1518, el
mismo Leonardo de Vinci, por su mismo testamento y expresión de
última voluntad, ha dado al susodicho Francisco de Villanis, presente
y aceptante, todos los muebles y utensilios que le pertenezcan en el
dicho lugar de Cloux. Siempre en el caso de que el dicho de Villanis
sobreviva al susodicho M. Leonardo de Vinci.
En presencia del dicho M. Francisco de Melzi y de mí, notario.
Firmado: BOREAU.
XII
Desde el 2002 en Europa existe un puente distinto a los demás. Un
puente a treinta kilómetros al sur de Oslo en Noruega, pero con mas
de cinco siglos de historia.
Se trata de un puente proyectado por Leonardo en 1502, para sus
contemporáneos era tan fascinante con imposible de realizar,
Demasiado bello como para ser además sólido y funcional. Los
especialistas de la época se preguntaban como un puente de 350
metros de largo, si se hubiera realizado seria el puente más grande
del mundo, construido en piedra maciza, sostenido por pilares curvos
que parecían débiles, como hubiera podido volar sobre el Bósforo y
además soportar pesos. Los especialistas no encontraron respuestas
y por ello aconsejaron al Sultán turco Bajazet II, a quien Leonardo
regaló el diseño, quizás como agradecimiento por la liberación de la
esclavitud de su madre Caterina, ya que en la época, los esclavos
llegaban a Italia por Constantinopla, el puente sobre el Cuerno de Oro
hubiera unido Galata con Constantinopla.
El puente de Noruega respeta solo el diseño de Leonardo, ya que sus
dimensiones son de 67 metros de largo y 26 de alto, y fue construido
en madera y acero.
El puente es para exclusivo uso peatonal.
XIII
Descubrimientos de los Códigos de Madrid
En febrero de 1967, el mundo tuvo noticia de uno de los hallazgos
bibliográficos más extraordinarios del siglo XX. Los manuscritos de
Leonardo da Vinci, posteriormente conocidos como Codex Madrid I y
II, dos cuadernos de anotaciones del genio renacentista de su época
madura y de mayor intensidad creativa, habían aparecido en los
depósitos de la Biblioteca Nacional de Madrid después de haber
estado perdidos durante dos siglos.
Leonardo dejó en su testamento todos sus libros, manuscritos y
dibujos a su fiel discípulo Francesco Melzi, que se los llevó consigo de
vuelta a Milán a la muerte del maestro, en 1519. Mantuvo de por vida
el legendario legado que ya nunca conoceremos en su integridad,
porque, al morir, hacia 1570, su hijo Orazio decidió sacar lo que
pudiera de aquel montón de papeles. Andaba por Milán a finales del
siglo XVI un escultor de la corte de Felipe II y distinguido caballero,
Pompeo Leoni, que logró reunir buena parte de los libros manuscritos
de Leonardo con la intención, al parecer, de vendérselos al mejor
cliente de aquellos tiempos: su rey Felipe II.
La mayor parte de las obras de Leonardo llegaron a España con
Leoni, pero, o no le interesaron al rey, o no hubo acuerdo económico,
si es que éste llegó a verlas. Lo cierto es que Leoni muere en Madrid
y comienza una segunda dispersión que otorga desde entonces a las
almonedas madrileñas del XVII un aura de caballeros embozados,
venidos de todas partes a la búsqueda de los conocimientos -como
volar o cambiar el cauce de un río- que dejó escritos el toscano. Uno
de ellos fue el mismísimo príncipe de Gales, que apareció
inesperadamente en Madrid, al anochecer del 7 de marzo de 1623.
Sabía que algunos de los más valiosos escritos de Leonardo estaban
en manos de un estrafalario noble español que vivía solo en un
destartalado palacio madrileño, servido por autómatas de madera,
según corría por los mentideros de la villa. La leyenda rodea a Juan
de Espina, virtuoso de la lira, astrólogo y nigromante, cuya biografía
redactó Quevedo. El futuro monarca inglés no pudo comprarle los
manuscritos, pero puso sobre la pista a su compatriota, el conde de
Arundel.
Sir Thomas Howard, conde de Arundel, era un coleccionista moderno
que recorría el mundo, como hoy lo hace Bill Gates -otro apasionado
de Leonardo, que ha logrado reunir algunos manuscritos-, dispuesto
a dar la cantidad que se le pidiera por una buena pieza. Desplegó
intensas gestiones diplomáticas. Cuando estaban a punto de dar
fruto, irrumpió la Inquisición en casa de Espina. Según la
correspondencia conservada, el noble español se trasladó a Toledo y
de allí a Sevilla, perseguido no sólo por los inquisidores, sino también
por los enviados de Arundel. El 19 de enero de 1637, el conde
británico escribió a lord Aston, embajador británico, diciéndole que
abandonaba definitivamente la empresa porque no podía soportar
más el enloquecido y voluble carácter de Espina, cuyo quijotismo
salvó para España los manuscritos de Leonardo.
Espina no tuvo descendencia y, tal vez por haberle salvado el cuello,
legó al rey sus tesoros. Vicente Carducho, en sus Diálogos a la
pintura (1633), recoge la visita que hizo al noble en su casa sevillana
y refiere que vio allí «dos cuadernos dibujados y escritos de la mano
del gran Leonardo da Vinci, de particular curiosidad y doctrina».
En el primer inventario de la colección de manuscritos de la Biblioteca
Real, atribuido a Francisco A. González y realizado hacia 1830,
figuran, en efecto, dos tratados de «fortificación, estática, mecánica y
geometría» de Leonardo. Se cometió entonces un error de fatales
consecuencias, y donde deberían haber figurado las signaturas Aa
119 y Aa 120 se escribió Aa 19 y Aa 20. Medio siglo más tarde,
Bartolomé Gallardo repite la anotación, pero no hizo sino copiar el
índice de González, sin verificar los contenidos.
Durante el siglo XIX, la Biblioteca Nacional sufrió varios traslados y
numerosos robos. El último de los traslados, a su actual sede,
inaugurada en 1892, se convirtió en una cuestión de Estado y se
barajó incluso utilizar al Ejército y una cadena de soldados que se
fueran pasando los libros. Finalmente se hizo con carros.
Alertados, como en los tiempos de Espina, por las anotaciones de
González y sobre todo de Gallardo, investigadores de todo el mundo
husmearon por la Biblioteca Nacional a comienzos del siglo XX, hasta
que el director por antonomasia, don Marcelino Menéndez y Pelayo,
mandó buscar los dichosos manuscritos. Llegó a la conclusión de que
no estaban. Se habían perdido; se había acabado la historia.
Hay desde entonces rumores, leyendas y confidencias, pero han
permanecido oficialmente perdidos hasta que más de medio siglo
después, una mañana de primavera de 1965, el investigador
norteamericano Jules Piccus, que estudiaba los cancioneros españoles
medievales, abrió un libro en los depósitos. «Eran los famosos
manuscritos de Leonardo», recuerda, otros 40 años después, Nancy,
su viuda, que estuvo la semana pasada en Madrid.
Piccus echó a correr y le dijo a José López de Toro, subdirector de la
Biblioteca Nacional, lo que había encontrado. Habían hecho amistad
después de años de trabajo y Piccus entraba en los depósitos a
buscar sus cancioneros. Se terminaba la estancia del americano en
Madrid y se llevó, con la autorización de De Toro, unos microfilmes de
los manuscritos para intentar autentificarlos.
A finales de 1966, Piccus volvió a Madrid y se encontró allí con
Ladislao Reti, que había sido convocado por De Toro. Hombre
elegante y de grandes influencias, el brasileño Reti se consideraba -y
seguramente era- la máxima autoridad mundial en Leonardo. Había
buscado también los manuscritos de Madrid, sin encontrarlos, a pesar
de que el hallazgo habría sido el broche adecuado para su brillante
carrera.
«Jules se debía a su universidad», dice su viuda, y el 13 de febrero
presentó con Reti en Boston el hallazgo, que incluía un contrato de
coedición con España. «Se convirtió en una celebridad y durante
meses le entrevistaron de todas partes del mundo», recuerda Nancy:
«Sólo faltó a la verdad en algo. No dijo que los había encontrado en
los depósitos, sino que se los habían servido en su mesa por error. Y
lo hizo para no perjudicar a De Toro. En España, sin embargo, el
escándalo alcanzó proporciones enormes. «No entendíamos nada,
hubo manifestaciones en la puerta de la Biblioteca Nacional y
pancartas con el signo del dólar».
Se rompió el contrato de edición y las autoridades españolas dieron
otra versión de los hechos que excluía el hallazgo: los manuscritos
efectivamente habían estado mal clasificados, pero el error había sido
subsanado internamente en un recuento. Aducían como prueba que
el Codex Madrid II había estado expuesto en la Biblioteca Nacional
con motivo de la exposición del Día del Libro entre el 23 de abril y el
8 de mayo de 1965.
Otra edición, participada por varios países, daría a conocer los
manuscritos. El encargado de la edición fue... Reti, que acepta en su
estudio previo esta versión. De Toro fue fulminantemente apartado
del cargo y a Piccus se le negó incluso el carné de investigador. Murió
en 1997 sin volver a ver los manuscritos. Reti falleció en 1973.
Es difícil avanzar en la verdad que se esconde tras los inescrutables
muros de la Biblioteca Nacional, pero esta institución, para bien y
para mal, lo conserva todo, y también un folletito de la exposición
conmemorativa de la Fiesta del Libro de 1965. Se expusieron varias
ediciones de El Quijote, donativos e ingresos del año anterior y
«fondos científicos antiguos». Parece improbable que así se diera a
conocer una de las obras más codiciadas de la Historia. Y ofrece,
también, el final de un misterio a la altura de esta historia fascinante.
Los manuscritos de Leonardo estuvieron en la exposición del Día del
Libro de 1965 y parece que fueron restaurados e incluso
seleccionados para alguna publicación unos años antes. Sin
constancia del autor y entre «fondos científicos», estaban en el único
lugar donde no podían ser encontrados: a la vista de todo el mundo
XIV
La biblioteca de Leonardo
Naturalmente la lista no comprende la totalidad de los libros leídos y
consultados por Leonardo de Vinci en el transcurso de su larga y
laboriosa vida. Pero hay constancia, por lectura de sus manuscritos,
que estos títulos figuraron en su biblioteca personal o le fueron
prestado por colegas, amigos y relaciones. De acuerdo a lo que surge
de la revisión de sus citas, comentarios y anotaciones, en la
biblioteca del Vinci figuraron los siguientes volúmenes:
1. Plinio. (1476).
2. La Biblia. (Edición veneciana de 1471).
3. "De re militari".
4. "Piero Crescencio". (De Agricultura).
5. Donato. (1499).
6. Justino. (1477).
7. Giova di Madivilla. (Milán, 1480).
8. "De onesta volutia".
9. Manganello.
10. Cronica Desidero.
11. Pistole d'Ovidio. (Traducción de 1489).
12. Pistole del Filelfo. (Traducción de 1884).
13. "Spero". Cosmografía.
14. De Chlronlantla.
15. Formulario di postole.
16. Fiore di virtú. (Venecia, 1474).
17. Vite di Filosophi. (Diógenes Laercio).
18. Lapidario.
19. Della conscrvatio della sanita. (Arnaldo de
Villanueva).
20. Ciecho d'Ascoli.
21. Alberto Magno.
22. Rettoricha Nova.
23. Cibaldone. (Tratado de Higiene).
24. Esopo. (Fábulas).
25. "Salmi".
26. De Inmortallita d'Anima. (Marsilio Figino).
27. Burchiello. (Sonetos).
28. Driadeo. (Poemas).
29. Vitruvio. (Arquitectura).
30. "De Calculatione".
31. "De Coelo et Mundo". (Alberto el Grande).
32. Poemas de Dante.
XV
Bestiario
Escritos de Leonardo da Vinci en sus manuscritos, parte de sus
estudios sobre animales, algunos seguramente realizados sobre
la base de la observación directa por parte de Leonardo.
El león.
Este animal, con su tonante rugido despierta a sus cachorros el
tercer día después de su nacimiento, para enseñarles todo lo
que ignoran sus adormecidos sentidos; y las bestias que viven
en la selva, huyen.
Se puede comparar a los hijos de la virtud con los cachorros del
león que, gracias al grito de la gloria, se despiertan y se elevan,
cada vez más, en los honrados estudios, en tanto que todos los
viles, al escuchar ese grito, huyen y se apartan de los
virtuosos.
El león cubre sus huellas para que sus enemigos no puedan
descubrir sus andanzas. Conviene a los capitanes guardar bien
los secretos de su alma, a fin de que el adversario no conozca
sus estratagemas. (H. 18, r.).
Felinos.
Leones, leopardos, panteras y tigres llevan las uñas en su vaina
y no las sacan sino para agarrar sus presas o para atacar a sus
enemigos.
Cuando la leona defiende a sus hijitos contra el ataque de los
cazadores, para no espantarse a la vista de los dardos y de las
lanzas, baja sus miradas a tierra, y de ese modo ataca.
Entonces sus cachorros pueden huir y salvarse. (H. 23, r.).
Oso.
Se dice que el oso cuando se acerca al panal para apoderarse
de la miel es atacado por las abejas que abandonan su miel
para correr a la venganza; y todo el enjambre vuela sobre él y
lo pica y se venga consiguiendo que todo lo que ha comido se le
convierta en furia, hasta que se arroja al suelo y agitando sus
cuatro miembros no llega a poder defenderse. (H. 6, r.).
Pantera.
La pantera tiene la forma de una leona, pero más alta sobre sus
patas, más fina y más larga, es blanca y salpicada de manchas
negras de forma redonda; todos los animales gozan al verla y
se acercarían siempre, si no fuera por lo terrible de su mirada.
Pero ella lo sabe y baja los ojos a fin de que los animales se
confíen y se acerquen para gozar de su belleza, pero de pronto
salta sobre el más próximo y lo devora. (H. 23, r.).
Tigre.
El tigre nace en Icarnia, se parece a las panteras por las
variadas manchas de su piel y es de una asombrosa velocidad.
El cazador, cuando se encuentra con sus cachorros, los toma y
los substituye por espejos que coloca en el mismo lugar,
alejándose a todo el galope de su caballo. Viene el tigre, y
encontrando los espejos colocados en el suelo, al mirarse en
ellos, cree ver a sus hijitos.
Finalmente, arañando con sus patas, acaba por descubrir el
engaño y comienza a seguir por el olor el rastro del cazador.
Este, descubriendo la proximidad del tigre, abandona uno de los
cachorros. Entonces la fiera lo recoge y se lo lleva a su guarida;
vuelve hasta el cazador, el que torna a hacer lo mismo, y así
sucesivamente hasta que sube a su barca. (H. 24).
Elefante.
La naturaleza le ha dado al elefante muchas cualidades que los
hombres muy raramente poseen, a saber: probidad, prudencia,
equidad y observancia en religión.
Cuando la luna nueva, los elefantes se dirigen al río y para
purificarse se bañan solemnemente como si saludaran al
planeta y luego regresan a la selva.
Cuando están enfermos se echan de espaldas y yacen sobre la
hierba mirando el cielo, como si quisieran ofrecerse en
sacrificio.
El elefante entierra sus defensas cuando ellas caen por vejez.
Se sirve de uno de los colmillos, siempre el mismo, para cavar
y escarbar en torno de las raíces de los árboles y para
alimentarse; en tanto que al otro lo conserva puntiagudo para
poder combatir. Cuando es tomado por los cazadores y el
cansancio lo derriba, entonces rompe sus defensas, y, como si
cumpliera un tratado, se rescata a sí mismo cuando le vuelven
a crecer.
Son clementes y conocen el peligro. Si hallan a un hombre solo
y perdido en la selva, lo conducen hasta el camino. Si
descubren las huellas del paso del hombre, sospechan una
traición y se detienen y soplan por la tropa, hasta obligar a los
demás a formarse en grupo y así se van, prudentemente. (H.
19).
Marchan siempre por grupos y el más anciano va adelante. Y el
que por su edad vendría a ser el segundo, permanece atrás de
todos y cierra el grupo.
Son púdicos, y no se acoplan más que de noche y ocultándose.
No regresan al rebaño, después de sus amores, hasta haberse
bañado en el río. Nunca combaten para disputarse la hembra
como lo hacen los otros animales.
Son tan clementes que nunca hacen voluntariamente ningún
mal, a pesar de su fuerza. Si encuentran un rebaño de
corderos, con su trompa, que les sirve de mano, los apartan a
los costados para no pisarlos. Por lo demás, los elefantes no
hacen daño jamás si no son provocados.
Cuando algún elefante cae en la fosa preparada por el cazador,
los otros llevan ramas, tierra y piedras y la llenan formando una
pirámide, a fin de que con facilidad pueda salir.
Temen el gruñido del puerco y cuando lo sienten huyen
reculando sin dejar de herir con sus patas a sus enemigos.
Como gustan de los ríos, permanecen siempre en sus
proximidades vagabundeando, aunque a causa de la forma de
sus patas no puedan nadar. Tragan piedras y roen los troncos
de los árboles de los que son muy golosos.
Odian a los ratones. Las moscas se deleitan con su olor y se
posan sobre su lomo y se incrustan en su piel, pero ésta las
aplasta con sus pliegues.
Cuando cruzan los ríos, los elefantes envían a sus cachorros
según el calor del agua, y permaneciendo parados en el lecho
rompen la corriente del agua de modo que ella no arrastre con
su fuerza a los cachorros. (H. 19, 20, r. y v.).
Unicornio.
El unicornio, debido a su intemperancia, no sabe resistir al
placer que le causan las jóvenes doncellas, perdiendo toda su
ferocidad y su selvática condición. Dejando toda precaución, va
hacia la doncella y se acuesta en su regazo y de esta manera
los cazadores se apoderan de él. (H. 10, r.).
Cordero.
El cordero expresa el más alto ejemplo de humildad, se somete
a todos los demás animales, y cuando se lo entrega como
alimento a los leones enjaulados, se somete a ellos como lo
haría con su propia madre, de manera que a menudo se han
visto leones que se resistían a matarlo. (H. 11, r.).
Asno.
El asno salvaje, cuando va al arroyo a beber y encuentra turbia
el agua, por mucha que sea su sed, se abstiene de beber y
espera a que el agua se torne clara. (H. 11, r.).
Sirena.
La sirena canta con tanta dulzura que duerme a los marinos y
luego sube a los navíos y los mata durante su sueño. (H. 8, r.).
Lobo.
Cuando el lobo se desliza hasta el establo de los animales
domésticos y por casualidad asienta mal sus patas y da un paso
en falso, lanza un grito y se muerde la pata para castigarse con
su error. (H. 7, r.).
Toro.
El toro detesta el color rojo. Los cazadores cubren con paños
rojos el tronco de un árbol y el toro corre hacia él y con gran
furia lo ataca con sus cuernos. Entonces los cazadores lo
matan. (H. 8, r.).
Camello.
El camello es el más rijoso de todos los animales. Es capaz de
recorrer un millar de millas para reunirse con la hembra; y sin
embargo puede vivir con su madre y su hermana sin tocarlas
jamás, tan grande es su temperancia. (H. 10, r.).
Topo.
El topo tiene los ojos muy pequeños y habita bajo tierra y
durante toda su vida permanece oculto. Si saliera de repente a
luz, moriría, lo mismo que todas las cosas mentirosas. (H. 9,
r.).
Delfín.
La naturaleza ha dado a los animales además del sentido de su
propia comodidad, el sentido de la incomodidad de sus
enemigos. El delfín, cuando saca las púas de sus aletas, nada
de espaldas y cuando puede aproximarse al vientre del
cocodrilo, entonces, durante la lucha, se coloca debajo de él, le
abre el vientre y de este modo lo mata.
El cocodrilo es terrible con el que huye, y muy cobarde con el
que lo ataca. (H. 26, r.).
Hipopótamo.
Cuando el hipopótamo se siente enfermo, busca una espina o
en su defecto un pedazo de caña y frota tanto una de sus venas
contra él que al fin la abre.
Habiendo salido la sangre que le sobraba, cierra y tapa con
barro su herida. (H. 26, r.).
Reno.
El reno nace en las islas de Escandinavia, tiene la forma de un
caballo grande, salvo que su cuello y sus orejas son mayores.
Pace la hierba sin inclinarse, sus labios son tan largos que la
alcanza con facilidad.
Tiene las patas de una sola pieza y cuando quiere dormir se
apoya contra un árbol. Los cazadores, que conocen el lugar en
que duerme, serruchan todos los árboles, y de este modo
cuando se arrima a alguno de ellos para apoyarse y dormir, se
cae. Los cazadores se apoderan entonces de él. Y éste es el
único medio de cazarlo, porque el reno es de una increíble
velocidad en la carrera. (H. 21, r.).
Bisonte.
El bisonte nace en Peonia. Se parece al toro, salvo en los
cuernos que se proyectan hacia atrás y que por esta razón no
puede clavar en su enemigo. Su única salvación está en la
huida, durante la cual arroja excrementos cada cuatrocientas
brazas, y si se tocan estos excrementos se comprueban que
queman corno el fuego. (H. 21, r.).
Jabalí.
El jabalí se cura de sus enfermedades comiendo hiedra. (H. 22,
r.).
Castor.
Se dice que el castor cuando se ve perseguido, sabiendo que se
lo persigue por la virtud medicinal de sus testículos, viendo que
no puede escapar, se detiene, y por hacer la paz con los
cazadores, con sus afilados dientes se corta los testículos y se
los deja a sus enemigos. (H. 6, r.).
Tórtola.
La tórtola es tan casta que jamás engaña a su compañero; y si
uno de los dos muere, el otro observa una perpetua castidad y
no se posa nunca sobre una rama verde, ni bebe jamás en una
fuente clara. (H. 12, r.).
Basilisco.
Nace el basilisco en la provincia de Arenaica, no mide más de
doce dedos. Tiene sobre su cabeza una mancha blanca parecida
a una diadema. Se cuenta de un basilisco, muerto por el
lanzazo de un caballero, que habiendo corrido su veneno por la
lanza, no solamente el caballero, sino también el caballo murió.
Echa a perder los trigos y los sembrados, pero no solamente a
los que toca: en todo lo que alcance su aliento seca las hierbas
y parte las piedras. (H. 24).
Boa.
Esta serpiente, animal de gran tamaño, cuando descubre un
pájaro en el aire le arroja un aliento tan nauseabundo, que el
pájaro le cae en la boca. (H. 21, r.).
Este gran animal se enrosca en las patas de las vacas y les
succiona las mamas hasta secarlas. En los tiempos de Claudio,
emperador, murió un animal de esta especie sobre el monte
Vaticano. Tenía en el cuerpo un niño entero, que había tragado
poco antes. (H. 21).
Dragón.
Este se prende de las patas del elefante, caen los dos y juntos
mueren. El dragón se venga al expirar. (H. 14, v.).
El dragón se arroja sobre el elefante, con su cola le anuda las
patas y con sus alas y sus patas le rodea el cuerpo, y con sus
dientes lo degüella. El elefante cae sobre el lomo, aplasta al
dragón, y así, al morir, se venga de su enemigo. (H. 24).
Los dragones marchan juntos y se complementan lo mismo que
las hidras. Con la cabeza afuera atraviesan los pantanos y
nadan hacia donde puedan encontrar mejor alimento, y aunque
se trate de varios dragones juntos, todos ellos no parecen más
que un solo animal. (H. 20, r.).
Tarántula.
La tarántula mantiene al hombre en el estado de espíritu en
que se encontraba cuando fue picado. (H. 18, r.).
Cigarra.
El canto de la cigarra hace callar al búho. Muere en el aceite y
resucita en el vinagre. Canta en la época de los grandes
calores. (H. 14, r.).
Camaleón.
El camaleón vive de aire y es amigo de todos los pájaros; para
sentirse más seguro vuela por encima de las nubes hasta una
zona de aire tan sutil que los pájaros que lo han seguido no se
pueden sostener en ella.
A tales alturas sólo llegan aquellos a quienes el cielo se lo ha
permitido, como lo hace el camaleón.
El camaleón toma siempre el color de la cosa sobre la cual se
posa. A veces se confunde con el follaje y entonces lo devoran
los elefantes. (H. 27, r.).
Águila.
Cuando el águila es vieja, vuela tan alto que se le queman las
plumas, y entonces la naturaleza consiente que ella reconquiste
su juventud cayendo en aguas poco profundas.
Si sus crías no pueden sostener la vista del sol, no les da de
comer. Ningún pájaro que ame la vida se atreve a acercarse a
su nido; todos los animales la temen pero ella no les hace
daño, por el contrario, siempre les deja algunos restos de sus
presas. (H. 12, r.).
Palomas.
Las palomas son inclinadas a la ingratitud. Desde que se hallan
en estado de alimentarse por sí mismas, combaten con su
padre y este combate no termina hasta que lo han matado; y
en cuanto a la madre, los machos la convierten en su esposa.
(H. 6, v.).
Avestruz.
El avestruz se alimenta de hierro, y empolla sus huevos con la
mirada. Para los soldados estos huevos son un alimento digno
de Capitanes. (H. 13, r.).
Pelícano.
Tiene un profundo amor por sus crías y si las halla muertas en
el nido de la serpiente, se hiere a sí mismo hasta el corazón y
termina su vida bañado en su propia sangre. (H. 12, r.).
Perdiz.
La perdiz se transforma de hembra en macho desmintiendo su
primer sexo; roba por envidia los huevos de las otras perdices,
pero luego, las crías, van hacia su verdadera madre. (H. 14, r.).
Golondrina.
La golondrina, mediante la piedra celedonia, devuelve la vista a
sus crías que han nacido ciegas. (H. 48, r.).
Grulla.
Las grullas, temiendo que su rey pueda perecer por falta de
vigilancia, se mantienen cerca de él por la noche con una piedra
en la pata.
Amor, temor y reverencia: he aquí lo que está escrito sobre el
guijarro de las grullas. (H. 26).
Gallo.
El gallo no canta nunca antes de haber batido tres veces sus
alas; el loro no cambia de rama y no pone nunca la pata allí
donde no haya puesto antes el pico. (H. 98, r.).
Halcón.
El halcón no ataca más que a los pájaros de gran tamaño, y
prefiere morir antes que comer carne que no esté en buen
estado. (H. 17, v.).
Cocodrilo.
Este hijo del Nilo tiene cuatro patas. Es peligroso en el agua
tanto como en la tierra, es el único animal que no tiene lengua
y que muerde moviendo la mandíbula superior. Alcanza hasta
cuarenta pies, tiene garras y está protegido por un cuero tan
grueso que lo torna invulnerable, vive sobre la tierra pero pasa
las noches dentro del agua. Se alimenta de peces. Cuando
duerme en las orillas del Nilo, abre la boca y un pequeño pájaro
llamado troncilo, penetra en su boca y picotea los restos de
alimento que quedaron entre sus dientes. A veces el pajarito se
lanza en las fauces del cocodrilo, perfora su estómago y su
vientre y finalmente mata así a su adversario. (H. 25 y 17, r.).
Áspid.
No hay remedio contra su mordedura si no se corta la parte
mordida. Este pestífero animal tiene tal afección por su
compañera que la acompaña siempre, y si por desgracia uno de
ellos muere, el otro, con increíble velocidad, sigue al asesino.
Es tan implacable y tenaz para la venganza que vence todas las
dificultades. Trata de alcanzar a su enemigo y para ello recorre
las más inverosímiles distancias; es imposible cansarlo. Tiene
los ojos muy sumidos en la cabeza, grandes orejas, y se guía
más por el oído que por la vista. (H. 24, r.).
XVI
Fábulas
Leonardo acostumbraba entretener a su auditorio, contado
fábulas e historias que recogía en sus manuscritos, y que
llegaron hasta nuestros días.
Una llama se mantenía desde hacía un mes en el horno del
vidriero, cuando cerca de ella vio un cirio colocado sobre un
hermoso y brillante candelabro, y con impetuoso deseo se
esforzó por alcanzarlo.
Abandonando su curso natural, separándose de las otras
llamas, buscó un tizón a cuya costa aumentó su volumen y
saliendo por una pequeña grieta se arrojó sobre el vecino cirio y
con avidez y glotonería lo devoró hasta consumirlo.
Queriendo enseguida proveer a la conservación de su vida,
intentó regresar al fuego de donde había partido; pero no pudo
lograrlo y así murió extinguiéndose con el propio cirio.
Finalmente entre lamentos y chispazos acabó por resolverse en
detestable humareda, en tanto que sus hermanas, las otras
llamas, resplandecían con la larga vida y belleza (C. A. 62, r).
La navaja.
Saliendo un día del cabo que le servía de vaina, la navaja,
puesta al sol, vio al astro reflejarse en ella. Por ello sintió crecer
una gran vanidad, rebelándose en su interior, y diciendo para
sí: "Jamás volveré a esa tienda de donde acabo de salir.
Ciertamente no. ¡No permita Dios que tan espléndida belleza
como la mía caiga en tan gran cobardía! ¡Vaya una ocupación
ésta que me obliga a rapar las barbas enjabonadas de estos
villanos rústicos, y que me somete a un oficio mecánico! ¿He
nacido acaso para realizar semejante oficio? Ciertamente, no.
Me ocultaré en algún lugar escondido y pasaré la vida en
perfecto reposo".
Y así diciendo se ocultó por varios meses, y un buen día,
volviendo a salir, salta fuera de su vaina y se halla semejante a
una sierra oxidada y ve que su superficie ya no reflejaba el
espléndido sol. Con vano arrepentimiento deplora su
irremediable desgracia, diciendo:
"¡Oh! ¡Cuánto mejor era trabajar en casa del barbero! ; ¡
Porqué allí mi filo se mantenía cortante y ahora lo he perdido!
:¿Dónde está el brillo de mi superficie? ¡La herrumbre
implacable y brutal lo ha devorado!"
Lo mismo les ocurre a los espíritus que dejan la actividad, para
entregarse al ocio. Como esta navaja, pierden ellos el filo de su
sutileza y la herrumbre de la ignorancia los deforma. (C. A.
172, v..
El papel y la tinta.
Viéndose todo manchado por la espesa negrura de la tinta, el
papel se lamenta; pero la tinta le demuestra que las palabras
que han sido trazadas sobre él serán la causa de su
conservación. (R. 1322).
El agua.
Hallándose en el mar soberbio, su elemento, el agua empieza a
ambicionar a elevarse por encima del aire, y ayudada por el
fuego elemental, se levanta en sutil vapor, que parece tan sutil
como el propio aire. Pero subiendo alcanza una región más
elevada y más fría donde el fuego la abandona y sus pequeños
corpúsculos condensados ya, comienzan a unirse, se hacen más
pesados y comenzando a caer la orgullosa agua, es derribada.
Caída del cielo, fue bienvenida para la tierra seca y sedienta en
cuyo seno, absorbida por mucho tiempo, hizo penitencia y
expiación de su pecado. (SKM. III, 98, v.).
El castaño y la higuera.
El castaño, contemplando a los hombres trepados en la higuera
torciendo sus ramas al revés para arrancar los frutos maduros e
introducirlos en sus abiertas bocas devorándolos al instante,
agitó sus largas ramas y exclamó con un murmullo
entrecortado: ¡Oh, higuera, cuánto peor te trata la naturaleza
que a mí! ¡Mira cómo mis delicados hijos están protegidos!
¡Primero vestidos de una fina envoltura, y luego recubiertos por
una piel dura y resistente! ¡Y no contentos con la protección
que les brinda su fuerte cáscara, tienen por encima de ella las
espinas recias y punzantes, que impiden que la mano del
hombre los dañe!"
Entonces la higuera se puso a reír, y cuando hubo terminado, le
contestó: "El hombre tiene tal carácter que cosecha tus frutos
con palos y piedras, mientras las serpientes se pasean por tus
ramas, haciendo tan poco caso de tus frutos que una vez caídos
son aplastados por sus pies, de manera que, arrancados de sus
armaduras, hacen compañía a los guijarros. A mí en cambio me
toman cuidadosamente en sus manos; en tanto que a ti, la
gente se acerca armada de palos y de piedras" (C. A. 67, v.).
La nuez y el muro.
Una nuez que había sido llevada hasta lo alto cíe un campanario
por una corneja, cayó, libre ya del pico mortal. Rogó entonces
al muro que por la gracia de Dios que lo había hecho tan alto y
lo había enriquecido con una campana tan hermosa, dotada de
un sonido tan bello, que la protegiera ya que ella, la nuez, no
había podido tener la felicidad de caer bajos las verdes ramas
de su anciano padre, el nogal, sobre la tierra nutricia, cubierta
por las caídas hojas. Y le pidió que no la abandonara.
Dijo que después de haber pasado por el pico de la terrible
corneja, sólo deseaba cambiar de existencia y terminar su vida
en un pequeño rincón. Conmovido y lleno de simpatía ante
tales palabras, el viejo muro se sintió obligado a proteger la
nuez y dejarla reposar en el lugar en que había caído.
Pero, en poco tiempo, el nogal comenzó a desarrollar y deslizar
sus raíces entre las grietas de las piedras y a alargar sus ramas
fuera del agujero en que se había escondido. Sus ramas muy
pronto se levantaron por encuna del edificio y sus nudosas
raíces, engrosadas y robustas, comenzaron a partir el muro, y a
separar las antiguas piedras de su posición.
Entonces fue que el muro, demasiado tarde y ya inútilmente,
comprendió la razón de su desdicha y en poco tiempo asistió a
la ruina y destrucción de la mayor parte de sus propios
miembros. (C. A. 67, v.).
El perro y la pulga.
Un perro dormía sobre una piel de cabrito. Una de sus pulgas,
movida por el olor de la lana, juzgó que ese debía ser un lugar
mejor para vivir y estar a salvo de los dientes y de las uñas del
perro, y, sin pensarlo más, abandonó a éste.
Metida ya en lo más espeso del pelambre, comenzó con gran
fatiga a querer alcanzar la raíz de los pelos.
Después de mucho sudar y afanarse descubrió que nada se
podía hacer: las raíces estaban secas, y los pelos tan apretados
que resultaba casi imposible el llegar hasta la piel. Desesperada
por este descubrimiento trató de volver a saltar sobre su perro;
pero éste ya se había alejado de allí. Después de largos
sufrimientos 'y de insoportables remordimientos, la infeliz pulga
se vio obligada a dejarse morir de hambre. (C. A. 119, r.).
La ostra y el cangrejo.
Bajo la luz de la luna llena, la ostra se abre sin ninguna
desconfianza. El cangrejo que la vigila desde alguna piedra
próxima, se lanza sobre ella y la devora. Así sucede a los que
abren la boca y dejan escapar su secreto, convirtiéndose en las
víctimas de los indiscretos oyentes. (C. A. 67, v.).
Malas compañías.
La viña, que toda su vida había vivido aferrada al viejo árbol,
cayó junto con él y fue arrastrada por su infeliz compañero
hacia la misma ruina. (R. 1314).
El sauce, que orgulloso de sus largas frondas quiso crecer hasta
superar toda otra vegetación, por haberse asociado con la viña
que todos los años es cosechada, fue también estropeado por
esta razón. (R. 1314).
El mirlo y la morera.
Una morera, sintiendo sobre sus sutiles ramas, llenas de frutos
nuevos, los golpes de las garras y el pico de un mirlo
importuno, lanzaba desolados reproches contra él y le
preguntaba por qué la despojaba de sus delicados frutos y le
pedía que por lo menos no la privara de las hojas que la
defendían de los ardientes rayos del sol y que no destruyera
con sus uñas la delicada corteza de sus ramas.
A estas quejas, el mirlo contestó de mala manera: -¡Cállate,
rústico hierbajo! ¿No sabes acaso que la naturaleza te obliga a
producir tus frutos para alimentarme a mí? ¿No ves que yo soy
el único en el mundo que me sirvo de este alimento? ¿Acaso no
sabes, desdichada, que el próximo invierno servirás de pasto a
las llamas?
La planta escuchaba estas palabras con paciencia, pero no sin
lágrimas. Poco después el mirlo fue atrapado por un cazador, el
que cortó algunas ramas de la morera y con ellas hizo una jaula
para encerrarlo. Las ramas de la planta se convirtieron así en
los barrotes de la jaula que hizo perder la libertad al pájaro. Y
entonces la morera le dijo:
-¡Oh, mirlo! ¡Yo todavía no he sido consumida por el fuego,
según tu profecía; y en cambio te veo antes prisionero a ti, que
me devorabas! ... (C. A. 67, v.).
Las plantas y el peral.
Viendo que los leñadores cortaban el peral, el laurel y el mirto
exclamaron:
-¡Oh, peral! ¿Qué será de ti? ¿Dónde está el orgullo que
mostrabas cuando te hallabas cubierto de maduros frutos?
¡Ahora ya ni siquiera sombra podrás hacer, como antes la
dabas con tu tupido follaje!
Y el peral respondió:
–Me voy con el jardinero que me corta. Él me llevará al taller
del mejor escultor, que mediante su arte me hará tomar la
forma del dios Júpiter. Seré consagrado en el templo y los
hombres me adorarán lo mismo que a Dios. Y vosotros, mirto y
laurel, os halláis en la condición de quienes serán destruidos.
Vuestras ramas serán cortadas por el hombre y colocadas en
torno a mí para rendirme culto. (C. A. 76, r.).
El asno y el hielo.
Un asno se durmió sobre el hielo que cubría la superficie de un
profundo lago. Su calor hizo derretir el hielo y el asno cayó en
el agua y se ahogó. (C. A. 67, v.).
La hormiga y el grano.
Una hormiga encontró un grano de mijo y se lo iba a llevar,
cuando el grano le dijo:
–Si tú me haces la gracia de dejarme gozar de mis ansias de
nacer, yo te devolveré ciento por uno. Y así sucedió. (C. A. 67,
v.).
Falso esplendor.
Vana y aturdida, la mariposa no se contentaba con poder volar
libremente por el aire y viendo la fascinante llama de la
candela, se propuso volar sobre ella. Su alegre impulso fue
seguido de un repentino dolor. Sobre el calor de la luz, sus
frágiles alas se consumieron y el infeliz insecto cayó quemado
al pie del candelero.
Después de muchas quejas y lamentaciones, enjugó las
lágrimas que bañaban sus ojos y levantando al cielo su rostro
dijo:
-¡Oh, engañadora luz! ¡A cuántos como a mí debes haber
engañado alevosamente! Tonta de mí que quise ver de cerca tu
resplandor. ¿No debía haber sospechado la diferencia que
existe entre el esplendor del sol, y el falso lucir de una llama
salida del sucio sebo que te constituye? ... (C. A. 67, r.).
El pato y el halcón.
El halcón no podía soportar con paciencia la jugarreta que el
pato le hacía al huir de su persecución, escondiéndose bajo el
agua. Por ello resuelve seguirlo. Se moja las plumas y allí se
queda sin poder salir. El pato, entre tanto, sale del agua, vuela
por los aires, y se ríe del halcón que se ahoga. (H. 44, v.).
Leyenda del vino y de Mahoma
Encontrándose en una rica taza de oro sobre la mesa de
Mahoma, el vino, jugo divino de la uva, se envanece con la
gloria de semejante honor; pero al mismo tiempo, inquietado
por un sentimiento contradictorio, se dice a sí mismo:
-¿Qué estoy haciendo? ¿De qué me enorgullezco? ¿No estoy
acaso a punto de abandonar esta dorada habitación de mi taza
para entrar en la grosera y fétida caverna del cuerpo humano, y
de ver transformado mi fragante licor en sucio y triste
deshecho? ...
¡Y como si tal desgracia no fuera suficiente, todavía tendré que
permanecer por largo tiempo conviviendo con repugnantes
substancias, en sucios reductos, hasta salir finalmente del
cuerpo humano! ...
Movido por tan triste pensamiento, el vino levantó sus quejas al
ciclo y clamó venganza por semejante afrenta, y gritó que tal
decadencia y miseria terminarían el día en que en los países
que produjeran los más bellos y abundantes racimos del
mundo, la uva no fuera transformada en vino.
Oyendo esto, Júpiter, hizo que el vino que Mahoma había
bebido excitara su alma en contra de su razón, lo enloqueciera,
y le inspirara tales errores que promulgó una ley que prohibía a
los asiáticos beber vino.
Desde esa época, los frutos de la viña, son abandonados en la
planta. (C. A. 76, r.).

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